El vínculo madre-hijo es crucial en la vida de todo ser humano pues de él depende su supervivencia luego de nacer, su capacidad de establecer relaciones sanas en el futuro y la aceptación de sí mismo, entre otras cosas.
La unión que se da de manera natural entre una madre y su hijo responde a un instinto biológico en pos de la supervivencia del bebé.
Durante el embarazo se genera el primer contacto despertando sensaciones de amor, afecto y protección en la madre y de bienestar, seguridad y placer en el pequeño. Estas sensaciones continúan desarrollándose luego del nacimiento y suelen durar toda la vida.
El vínculo se ve reforzado cuando la mamá amamanta al pequeño, también cuando le habla y cuando establece contacto visual o físico al bañarlo, acunarlo o acariciarlo, por ejemplo.
De todas maneras, al nacer el pequeño ya conoce a su madre porque ha iniciado un vínculo con ella durante la gestación. Es por eso que el contacto con la mamá calma al bebé y le da una sensación placentera y de seguridad. Por tal motivo, es importante que la madre lo acerque a su pecho para que escuche los latidos de su corazón y sienta el contacto con su piel.
Más allá del impacto que tiene este lazo afectivo durante los primeros años de vida, el mismo será crucial para las futuras relaciones interpersonales del niño y su comportamiento en sociedad. También es determinante en el desarrollo de la seguridad en sí mismo y la autoestima, entre otras cosas.